Creo que nunca entenderé este país. Por mucho que lo intente. Hay cosas que escapan a la razón occidental como la forma que tienen los egipcios de vender sus productos al turista extranjero. El último método que me sorprendió no es otro que el del «juego de la esclusa».

Andaba yo durante esos días de finales de octubre en un idílico crucero por el río Nilo. Tenía entre mis manos el primer volumen de la trilogía de El Cairo, de Naguib Mahfouz, que pensaba yo me iba a proporcionar claves útiles para entender la cultura que me rodea.

Noté que el barco disminuía su velocidad cuando al fondo vi que nos acercábamos a una esclusa, por donde íbamos a entrar a otro tramo del río con menor nivel de agua. Estábamos en Esna, una localidad a medio camino entre Edfú y Luxor, en una zona apenas urbanizada y con los colores que deja el Nilo en el desierto. A escasos metros de la presa, había tres barcas que no se apartaban y corrían el riesgo de chochar contra el barco. «Estarán jugando», pensé desde mi ingenuidad.

No había que ser muy hábil para darse cuenta de que los gritos que empezaron a dar no eran un saludo amable a los visitantes sino la manera de llamar nuestra máxima atención para ofrecernos sus mercancías a riesgo de ser embestidos. Enseguida, optaron por lanzar las ropas, toallas y manteles con motivos faraónicos a la cubierta del barco y los turistas entraron pronto en el juego. Preguntaban los precios, miraban las telas y se las devolvían por los aires.

En un momento dado, la escena se convirtió en una lluvia de trapos acompañada de las risas de los turistas y las voces insistentes de los comerciantes, que perdían una vez más la oportunidad de hacer negocio. Un alemán comentaba: «Si es que están desesperados, cómo quieren que compremos algo de tan mala calidad».

No le falta razón. Cada vez que alguien intenta acceder a un templo, los vendedores le atosigan con sus baratijas en mano, le gritan los precios en todos los idiomas posibles, le persiguen hasta donde haga falta y hasta le lanzan las piezas para que finalmente se las quede. La selección siempre es la misma: bustos de Nefertiti de plástico, pulseras con la piedra del escarabajo, pañuelos y sombreros de Indiana Jones.

Y pensar que esos egipcios esperan todos los días sus propinas en euros y dólares. En este año de pasiones revolucionarias y crisis económica, Egipto sigue apostando por el turismo de masas. El principal asesor del Ministerio de Turismo me decía en su día que el sector cerraría 2011 con pérdidas de 2.300 millones de dólares y un 25% menos de ingresos. Como sigan así, habrá que ver cómo termina el juego.

Egipto, al rescate de su turismo. [http://www.elmundo.es/elmundo/2011/09/26/economia/1317023109.html]